El tranvía acaricia la calle,
se acerca al río. Hace frío,
suficiente para ponerse el abrigo
y canturrear canciones de Navidad.
Es esa época del año en que el alma
se acurruca pegada al radiador, y ves películas que se repiten
una y otra vez.
A mi alrededor,
mi amiga
que sufre por su trabajo.
El vecino, que tal vez piense que no le cabe el pantalón del año pasado.
Sesiones de terapia para echar la vista atrás y poder luego echarla adelante.
El presidente que no escucha y que salva su pescuezo sin
dudarlo ni un momento.
Mi hijo, que crece, y crece, y me inunda de felicidad con solo mirarle.
Pero esas caras inocentes me invaden los pensamientos. Esos niños pequeños que ya no crecerán. Mutilados, aplastados, aniquilados, muertos.
Es todo tan dantesco que no parece verdad.
Todos lloramos nuestras propias pérdidas
mientras Gaza muere, entre bomba y bomba.
Y el mundo lo ve a tiempo real.
Tomo aliento y pienso en la cena.
¿En qué momento nos convertimos en seres inhumanos?